Exposición:
Ballet Nacional: 50 años
marzo-abril 2017
Casa O'Higgins
Jr. de La Unión 554 - Cercado
Texto proveniente del folleto de la exposición
El contexto histórico
En la década de 1960, el
interés que suscitaba el ballet en el Perú se había intensificado notablemente
por la llegada a Lima de algunos de los más destacados bailarines y coreógrafos
del mundo. Dore Hoyer, la afamada coreógrafa expresionista alemana, se presentó
en la capital en 1958 y 1963; en 1960, la compañía de José Limón ofreció en el
Teatro Municipal aclamadas coreografías como La pavana del moro y Missa Brevis;
en 1961, llegó al Perú la gira sudamericana de la primaballerina francesa
YvetteChauviré;
en el 63 se presenta el Ballet Siglo XX de Maurice Béjart -cuya coreografía de la Consagración de la Primavera causó
sensación en el público y la crítica local- y el Ballet de Serge
Golovine; en el 64 el público limeño pudo apreciar el
arte del Ballet de la Ópera de Berlín; y en 1965 se presentaron la compañía de
Paul Taylor y el Ballet de Serge Lifar.
Lima se había trasformado
en una de las mejores plazas para el ballet en la región. Y aunque la
preferencia del público seguía siendo el ballet clásico, la diversificación de
espectáculos de danza, con grandes exponentes de la disciplina en sus
vertientes clásica, moderna y contemporánea, contribuyó a formar el gusto de
los espectadores y a generar un ambiente propicio para la creación de una
compañía nacional de ballet de carácter permanente.
Por otro lado, en la
segunda mitad de la década llegaron a Lima importantes agrupaciones de danza
folclórica: Les Ballets Africains-la compañía nacional de danza de Guinea-en
1966, y, un año más tarde, Beriozka, famoso elenco dedicado a la difusión de
danzas tradicionales y populares rusas. El público peruano pudo de esta forma
entrar en contacto no solo con referentes mundiales de las vertientes
académicas de la danza, sino también con agrupaciones dancísticas cuya principal
meta era la puesta en valor del legado folclórico de sus países de origen.
Precisamente en esos años, el interés del Estado Peruano en
materia de cultura alcanza un pico histórico. Este es un rasgo común a los tres
gobiernos de la década: el de la Junta Militar (1962), el de Fernando Belaúnde
(1963) y el del general Juan Velasco Alvarado (1968). Más allá de las
diferencias de estilo y de credo político, es notable cómo estos gobiernos,
enfrentados a fenómenos nuevos como la presencia de un pujante movimiento
campesino y la de vastos grupos migrantes en ciudades de incipiente
industrialización, incluyeron en su agenda de reformas reflexiones y propuestas
en torno a la literatura, la pintura, la música y la danza. En las más altas
esferas del poder, el arte pasó de ser entendido como patrimonio exclusivo de
las élites a ser un laboratorio de un nuevo tipo de pensamiento que ponía a la
cultura indígena en el centro del debate.
La nueva actitud oficial
era pues un reflejo, a nivel gubernamental, de un proceso histórico iniciado
con el indigenismo en la década de 1920, mediante el cual el Perú buscó
redefinirsu identidad. Y el ballet, aquél arte clásico nacido en Europa, pero
que a lo largo de la primera mitad del siglo XX había demostrado tener un
enorme potencial para ser apropiado por la modernidad y por los pueblos de todo
el planeta, fue entendido como una poderosa herramienta para llevar a cabo ese
proyecto.
La creación del
Ballet Peruano
En 1962, la Junta Militar
de Gobierno que presidía el general Pérez Godoy creó la Comisión Nacional de
Cultura; y en 1963, Acción Popular, el partido del entonces presidente Fernando
Belaúnde, impulsó la creación de la Casa de la Cultura. Es en este contexto que
se inaugura, en 1967, el Instituto Nacional de Ballet, cuyas potestades fueron
definidas, por ley, de esta forma: "Organizar un cuerpo de ballet
permanente que se denominará Ballet Peruano, difundir la danza clásica y
folklórica en toda la República (...) [y] recopilar la danza vernacular y mestiza del país para transportarla al
Ballet".
Este órgano nacional se
construyó sobre la base de la Compañía de Ballet Peruano que había sido fundada
en 1948 por la coreógrafa norteamericana Kaye MacKinnon, el primer personaje
clave en esta historia. Peruana por su matrimonio con el compositor Luis
Pacheco de Céspedes, MacKinnon había llegado al Perú en 1940, fascinada, según
un comentarista del diario El Comercio, por la perspectiva de "contactarse
con un pueblo heredero de la civilización inca".
Hoy
en día, es considerada una importante pionera en la implementación de una
estética coreográfica de raíz peruana en el ámbito del ballet. Una de sus
principales innovaciones -que por cierto provocó rechazo y admiración en
similar medida- fue el uso de composiciones de música criolla en un contexto de
ballet clásico: obras y arreglos del propio Pacheco de Céspedes o de Filomeno
Ormeño ingresaban así, por primera vez, a auditorios donde antes solo eran
admitidas obras de Tchaikovsky, Prokofiev, y otros clásicos de la
disciplina.
José María Arguedas había
sido director de la Casa de la Cultura entre 1963 y 1964, y con la creación del
Instituto Nacional de Ballet tres años después, el tono polémico que dominaba
las conversaciones de la época se trasladó a la danza. Resultan aleccionadoras,
por ejemplo, las discusiones que se generaron en torno a los criterios de
creación de la nueva compañía, similares en tenor a las que, una década más
tarde, alborotarían a la intelectualidad limeña a propósito del Premio Nacional
de Fomento a la Cultura otorgado al retablista ayacuchano Joaquín López Antay.
El crítico Alejandro Yori escribe en el primer número del Anuario del Ballet en
Latinoamérica, editado el mismo año de la creación del elenco: "Cuando
alguien se propone organizar un auténtico ballet nacional fundamentado en el
rico folklore del país, Arguedas y ahijados recorren las calles de Lima
portando inmensos carteles donde piden y reclaman que sean los propios
indígenas que suban al escenario a bailar (...) como sí al público le
interesara más la investigación etnológica que una obra artística".
La misma publicación
recoge las tensiones propiamente estéticas que generó el estilo de la
agrupación: "[MacKinnon] comprende perfectamente que la
metodología del ballet etnológico folklórico es muy distinta a la del ballet
llamado clásico. Y no está demás especificar aquí que la técnica en el ballet
clásico es un fin y en el ballet etnológico esa misma técnica se convierte en
un medio”. A pesar de lo dicho, la publicación critica la "dualidad de estilo
que se trata de imprimir al conjunto (...) No puede haber menos que
contradicción tanto técnica como estilística que por ejemplo, abrir un programa
con 'Capricho italiano' y cerrarlo con una suite de huaynos”.
Más
allá de las polémicas, el primer paso en la creación de una compañía de danza
de carácter permanente en el Perú estaba dado, y lo cierto es que la dirección
de MacKinnon permitió otorgarle al elenco una estética innovadora que alentó la
producción de reflexiones locales en torno a las relaciones entre arte e
identidad. Por lo demás, esta etapa fue crucial para la institucionalización
del ballet, pues permitió avizorar, al fin, un horizonte profesional para este
arte en nuestro país.
Tiempos
de transición
El
inicio de la década de 1970 trajo importantes cambios para la compañía creada
por
MacKinnon. En 1971, la Casa de la Cultura es
reorganizada y se convierte en el Instituto Nacional de Cultura (INC), bajo la
dirección de Martha Hildebrandt. Al año siguiente, el Ballet Peruano adopta el
nombre de Grupo Nacional de Danza, entidad cuya dirección queda en manos de
Carmen Muñoz, primero, y luego de Martha Ferradas, ambas ex primeras bailarinas
de la Asociación de Artistas Aficionados. Por otro lado, el INC crea el Ballet
Moderno de Cámara, compañía que es encomendada a Hilda Riveros, ex primera
bailarina solista del Ballet Nacional Chileno. Paralelamente, la Universidad de
San Marcos propicia el mismo año la reorganización de su cuerpo de ballet
y lo pone en manos
de la bailarina británica Vera Stastny.
El Ballet Nacional,
propiamente dicho, nace en 1979, y proviene de la fusión de estas tres
agrupaciones. La intención de Hildebrandt y de Stastny, la primera directora
del elenco, era reunir los mejores talentos de la escena local de danza en sus
vertientes clásica -el Grupo Nacional de Danza-, moderna -el Ballet Moderno de
Cámara- y contemporánea -el Ballet de San Marcos-, y convertir la compañía
recién creada en la representación oficial definitiva.
Stastny destacó en su papel de directora por sus continuos
esfuerzos para enriquecer el bagaje técnico y artístico del Ballet Nacional a
través del contacto con coreógrafos extranjeros, que crearon numerosas piezas a
la medida del elenco. Es el caso de figuras como Anna Sokolow, Alexander
Plissetski, Rosemary Helliwell, Susana Linke, Royston Maldoom, Sara Pardo,
Jacob Lascüy Annette Page.
En
1986, es nombrada directora Stella Puga, fundadora de la Escuela de Ballet
Alicia Alonso de Trujillo, y dos años más tarde el cargo recae en manos de Olga
Shimasaki, destacada primera bailarina y maestra de la agrupación, quien
dirigirá la compañía hasta el año 2014. Durante este periodo, el Ballet
Nacional se distinguió por emprender todos los años giras a diferentes ciudades
del Perú y por irradiar su acción de intercambio cultural a nivel
internacional, gracias a invitaciones recibidas de países como Chile, Paraguay,
Brasil, Ecuador, Estados Unidos, entre otros.
La labor de Shimasaki
permitió, asimismo, reforzar la cohesión y la lógica de trabajo de la compañía
a lo largo de tres décadas, a través de la producción continua de temporadas en
las que se ofrecía piezas del repertorio universal, así como estrenos propios
con la colaboración de coreógrafos invitados. Entre los más destacados figuran
artistas de la talla de Anneli Vuorenjuuri, Stephen Jenkins, Diana Haight,
Sandra Balestracci, Rodolfo Fontanetto, Pascal Vincent, Jaime Díaz, Haydee
Caycho, Liliana D'Albyni, Jimmy Gamonet, Jorge R. Vede, Heywood McGriff, Sondra
Lomax, Nolan Dennett, Jaime Pinto, Claudio Muñoz, Gary Palmer, Martín Padrón,
Genevieve Chaussat, Dana Tai Soon Burgess, Carmen Rozestraten, Peter Kalivas y Mark Foehringer.
En 2012,
la inauguración del Gran Teatro Nacional significó un nuevo salto para la
compañía. El moderno escenario es hoy el epicentro de la actividad de los seis
elencos nacionales, incluido el Ballet Nacional, y su infraestructura, así como
el grupo de profesionales que dan vida a esta institución, han marcado un antes
y un después en el nivel artístico de los espectáculos de artes escénicas
ofrecidos en la capital. Durante la gestión de Shimasaki, el elenco ha
presentado en este teatro importantes espectáculos como Akas Kas. La promesa
del guerrero -la ópera ballet de Nilo Velarde, con coreografía de Héctor
Sanzana, que inauguró el escenario, contando con la participación de la
Orquesta Sinfónica Nacional, el Elenco Nacional de Folclore, el Coro Nacional y
el Coro Nacional de Niños-, Salomé de Jaime Pinto, El espejo en tus ojos de
Pepe Hevia -con la participación de los artistas plásticos Elliot Túpac y
Decertor-, Orfeo y Eurídice, con coreografía de Thomas Noone y música original
de Jim Pinchen, y Alicia, de Humberto Canessa.
El
Ballet Nacional hoy en día
Desde
2015, el Ballet Nacional es dirigido por el maestro y coreógrafo peruano Jimmy
Gamonet, cuya principal apuesta ha sido la de redefinir la identidad de la
compañía. Del eclecticismo de sus inicios -marcado por la confluencia del
clasicismo y un neoindigenismo-, el Ballet Nacional ha evolucionado hacia una
depurada estética neoclásica, en la que el énfasis se ha desplazado hacia la
creación de nuevo repertorio.
Además de haber gozado de una exitosa carrera como bailarín
principal en las más importantes compañías peruanas -el Ballet Moderno de Cámara,
el Ballet Nacional, el Ballet Peruano y el Ballet de la Asociación Choreartium
de Lima-, Gamonet ha sido bailarín principal del Oklahoma City Ballet, del
Ballet du Nord
y del Miami City Ballet. Sus obras han sido presentadas en
Estados Unidos, Sudamérica y Europa, e incluyen cerca de 40 creaciones para el
Miami City Ballet durante sus 15 años como Coreógrafo Fundador y Ballet Master
de la compañía.
La filosofía artística de Gamonet nace del neoclasicismo
-representado en otras latitudes por el trabajo de figuras como Balanchine y
Forsythe- y se extiende a la exploración de las sensibilidades del movimiento
contemporáneo. En esta nueva etapa de la compañía, la elegancia y la disciplina
del clasicismo se mantienen, pero la emancipación del gesto y una nueva
velocidad se imponen.
En palabras de Gamonet, "el neoclasicismo no es más que una
forma de organizar el estilo, de usar lo que se ha ganado y de no ser
arbitrario en la búsqueda de una nueva dirección". Este es precisamente el
proceso por el que pasaron, en las décadas de 1980 y 1990, algunas de las
principales compañías de danza en el mundo: el Ballet Real de Londres, el
Ballet de la Ópera de París, el Kirov. Ese despertar hacia nuevos horizontes,
esa actualización por medio del neoclasicismo, viene acompañada de una ganancia
muy clara: la creación de espectáculos que no solamente educan y entretienen,
sino que elevan el nivel técnico de los bailarines. Y esa es la misión que el
Ballet Nacional tiene hoy en día.
La
dirección está trazada. Y el momento es crucial, pues la compañía cumple 50
años de creación. El aniversario coincide con un periodo especial en términos
de efervescencia artística. Entre las producciones de este elenco que
desfilarán en 2017 sobre el escenario del Gran Teatro Nacional, destaca su
primera colaboración con la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario,
junto a la que el Ballet Nacional presentará Apolo, de Igor Stravinsky, uno de los hitos del modernismo, en la afamada
coreografía de George Balanchine.
La
compañía emprenderá además una gira a la ciudad de Trujillo, donde ofrecerá una
temporada en el flamante Teatro de la Universidad Privada Antenor Orrego. El
año se cerrará con el estreno absoluto de una de las más ambiciosas creaciones
de Gamonet hasta la fecha: una nueva coreografía de Romeo y Julieta, con música
de Sergei Prokófiev.
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