jueves, 8 de febrero de 2018

"Tradición cultural y lo real maravilloso"

Tradición  cultural  y lo real maravilloso

Por: Manuel Gutiérrez-Souza*

La  historia  de los pueblos va más allá del acontecer diario, es un sueño que interroga al pasado como hecho-ficticio, moldeando una necesidad  con imágenes y símbolos.  Elementos religiosos o los  que yacen  en la  órbita de lo mágico,  establecen este mundo como lugar del bien-estar,   ejerciendo el  mago o curandero  tareas sacerdotales:  la medicina y los trabajos agrícolas que en sus orígenes fueron la manifestación del primer culeo  del hombre a la tierra, a la Mama Pacha,  según  la terminología quechua.

Para el hombre de antaño la  agricultura no era simplemente una técnica profana de subsistencia  ni dirigida a aumentar prodigiosamente  los granos.  La agricultura  fue un ritual que mantenía al hombre inmerso en tiempos cíclicos de abundancia o de escasez. La constancia en los ceremoniales   tenía un fin: provocar las  fuerzas vegetales,  desencadenar la  vida.  El surco para el labrador  era una zona sagrada.  La mujer, la fertilidad,  el  erotismo, la desnudez misma,  fueron centros sagrados  y fuentes ceremoniales.

Sobre  este amor a la  tierra  tenemos  numerosos  himnos;  las Geórgicas  de Virgilio o los  consejos  agrícolas de Tibulo, fueron cantos primigenios  a la agricultura.

La tendencia a lo maravilloso está unida al origen del pensamiento mismo,  sea porque es  el   medio más  inmediato y  eficaz para que el hombre elabore  una cosmogonía acorde con lo  real,  o, en los límites de lo  cotidiano cada pueblo necesita de los estímulos del espíritu, como proyección de la voluntad y del juego.

Real maravillosos son los héroes bíblicos,   y una serie de personajes mitológicos  que con habilidad tienen contacto con las esferas celestiales:  Enoch se va al  cielo,  el  sol se detiene para darle la victoria a Israel,  las murallas  caen ante el sonido  de una trompeta, y por último, los  cielos se abren;  esto es en lo real-maravilloso la lucha del  pueblo  de Abraham por liberarse de la opresión  babilónica,  egipcia o caldea.

Por ese entonces abundaron los prodigios,  y con cierto tino  se dice que Cristo resucitó a Lázaro;  similares milagros  hizo Apolonio de Tiana  de quien se afirma se  sirvieron    los  evangelistas   y  busca- dores de  lo  maravilloso   para usurparle   su  ciencia   mágica  y  demás actos mediunícos y  agregarlos a  la   personalidad del Cristo,  quien no contento con resucitar  y  tal   vez aburrido  descendió  a los  cielos  en  cuerpo y  alma como siglos   más   tarde  Jo  haría  Remedios la Bella; además,   bastante se  ha  difundido   que por aquellas épocas pulularon  los visionarios y   lunáticos;   hoy día,   ya desterrados a la   leyenda   y  disminuidos   por  el  tiempo  no  sorprenden,   queda sólo  un elemento más humano para su  recuperación   estética.

Lo  maravilloso, lo fantástico que logra permanecer tiene categoría  de mito: es creación  continua    de  una subversión  cultural, cuyo autor es la multitud. El cielo  de Dante no hubiera sido  posible sin estar precedido  del  panteón griego,  donde Zeus reina en compañía de la celosa Hera y una  corte de Dioses ociosos,  según cuenta Ovidio.   O aquel infierno tenebroso,  sin antes existir una tradición cultural que otorgaba al  héroe el privilegio de descender   al mundo de las sombras:   Ulises y Eneas anduvieron entre las sombras. Y no olvidemos a los piadosos medievales de la toscana que,  encerrados en las cortes para ganar dichas, generaron una picaresca altamente tonificante y  precursora de la  española;   halaguémonos   al  recordar a  Francesco  de Barberino que murió cantando la belleza y  virtudes de su  Constanza;  por similares  épocas Dame cantaba a Beatriz.

Son suficientes estas pruebas de re-lectura  para indicar  que lo real  maravilloso o lo mágico  no es hallazgo de ninguna individualidad  sino  el aporte ingenioso de todo pueblo; no en vano cantaba un amador:  "un  pueblo   sin  poetas carece de proyectos históricos, de quimeras y  ambiciones".

Sin embargo, cabe reconocer  que  en  la  literatura  castellana, Alejo  Carpentier ha dado un gran vuelo imaginativo  a este "realismo-mágico";  tenemos como muestra El Reino de Este Mundo, un mosaico que muy  bien podría  ubicarse en aquellas escenas sobre el  mármol  que cuentan  la   historia  de  un  pueblo  y  sus héroes sobrenaturales.

Lo real maravilloso o  lo   fantástico no  son productos ajenos al  medio ambiente, al  hecho social  mismo; ante una catástrofe el hombre pide remedios para sus males  inmediatos: es el deseo de sobrevivir,  más que de vivir,  lo  que origina  ciertas maravillas que, conjugadas  con el  aporte del creador, logra una alta  manifestación estética.

Un libro origina otro libro, la espontaneidad aún no ha hecho prodigios. En el campo de la  creación   el hombre no está alejado de las referencias culturales;  cuanto mejor  tenga éstas en su  haber y  haya sabido asimilarlas, mayores serán sus  dominios y  sus opciones de trabajo.  En La Vorágine de Rivera, que se tragó a Arturo  Cova,   o  Canaima  de  Gallegos,    que  es   un  infierno   verde   para   la alucinación,      encontramos    unos   cuantos   elementos    que   Carpentier ha  explorado    con  la  misma   habilidad   al  develar    los diversos  textos de los  cronistas, sobre  todo  el   diario de Colón  en  versión  del  padre Las Casas.

De esta  manera,  El  Reino de Este Mundo es el   proyecto maravilloso  de   un   pueblo  con mitos y horizontes  que se van tejiendo en  la  lectura del  texto. Carpentier   nos ofrece  un  panorama enriquecido por  diversos  personajes y  una  variada  gama  de paisajes americanos.

Lenormand  (descifrando este nombre sería "el    normando") y  su mujer   Paulina,  trasplantados de  Europa, verán  este  continente como el  subproducto de sus fracasadas misiones evangelizadoras y  mercantilistas.

Mientras    que  la  inmensa     población     no  tiene  otro   destino   que morir    o  rebelarse.     Sólo   se es  libre  en  la  rebelión   y  para  tal  osadía se buscan   los  elementos    propios,   sus  dioses,   se remiren  a su entorno telúrico.     Henri    Cristophe,    su  ferocidad,  aunque   fantástica, radica en  que   coincide   con   la   realidad  de  nuestras   repúblicas.  Solima, Ti  Noel, y  Mackandal: el  primero es justificación del   status  quo, su  tranquilidad legitima el  orden  colonialista; el  segundo,  Ti  Noel, es rebelde    nato, soñador  y  fantasmagórico,     pues  aún  no se  ha concebido  una  rebelión   sin  proyecto  de  otro  mundo,   por  más  emocional que  éste   sea. Todo  proyecto   nace del sueño,   de la  ficción,    cuando  la realidad  es adversa  a la  vida  misma.  Ti Noel   prepara  a los  hombres para   el  mañana,  es  la sucesión de  caídas  y avances;  quien   ha vivido   una  larga   marginalidad  reivindica  su  ley   natural   que  aún no ha sido  registrada    en ningún  código   sobre  Derechos    del  Hombre: el   futuro,    la  utopía.    Y  el  tercero,  Mackandal,     el  carismático   hombre   de  salvación,     cuyo  dominio   espiritual    sobrepasa   barreras    naturales,   es  poder  de  voluntad,    afán  de  dominar   la  naturaleza   para hacer  actos   relevantes.    Todo   profeta   en  su   vida  pública   mostrará a  sus   fieles   sus  poderes   sobrenaturales.

En  El Reino   de  Este  mundo   no  hay  clericalismo   ni  racismo, tan  comunes   en  la  literatura,     la  antropología    y  la  filosofía   occidental;    las   creencias    y  los   ritos  son   de  origen   mundano   y  regulan la  vida cotidiana  de todo  un  pueblo: las  fiestas   y  las  danzas  animan a   la   rebelión,  prolongan    el  ritual    aparentemente perdido   en   el tiempo,   y  reivindican    las   tradiciones populares,   el  curanderismo, la  magia,  la  adivinación  y el  paganismo.

Kant   siempre   se  asustó    de  los   brujos   en  su  librito   Filosofía de  La Historia,    que  parece  ser guía espiritual de muchos pretendidos de la historia que adolecen de método; condena la   brujería   y  afirma, con  escaso   tino,   que  los   brujos   son  salvajes elevando el  caso  a  razas,    "superiores  e  inferiores".

Hegel   en  sus   Lecciones   de  Historia   dice  que  el  brujo es  aquel que  posee ciertos    poderes   para   hacer   su   voluntad.  Afirmaríamos, sin   caer  en  los   abismos    del  error,que  amaño   Dios   fue  un  brujo que  hizo  su  voluntad; pero  esto   lo  olvidó    el  filósofo   alemán, tal vez porque  sus razones    estaban  de  cabeza   y  no  permitían    desnudar "la imagen y semejanza del hombre". 

Convencido    como   estaba de   que   el   Espíritu   Universal  animaba la  historia,    pensaba    que las    religiones    populares"son   subjetivas"     por   no   estar   incluidas en  el  dogma   de  enseñanza de  un  catecismo ni  tener   la   necesidad de  ser  impuestas a  la   colectividad  a  través  de  ritos.

La  idea  que   tenía    el  lógico    de  Jena   acerca   de  países    como Asia  o América  Latina  no sobrepasaba   los  comentarios   de  cronistas de  mentalidad   colonial,     al  extremo   que  ya en  su  texto,    apasionado y  polémico: La Razón en  la  Historia refiere   que  en  la  América Latina    "ha   desaparecido la  población  autóctona",  y que la población  "activa" viene de Europa y que  lo  que  pasa  en  América Latina   tiene   su    origen   en   Europa,     afirmando    que   nuestro   desarrollo    está   condenado a   una   dependencia  constante;  así   como nadie  se  puede  bañar   dos  veces  en  el   mismo   río,  según   el  Oscuro de Efeso,   las  relaciones entre  América   Latina  y Europa  cambiarán, por  exigencias del tiempo  y  por  otros considerandos obvios. Pero sería   ingenuo   negar   que  nuestras  nacionalidades no tienen  tanto del  pasado  prehispánico como  del   aporte   colonial.  No   sostenemos que Occidente esté agorado, ni que cuando se adquiera  cierto desarrollo    independiente América Latina rechazará tales  aportaciones  para   encerrarse en sus fronteras.  Por   encima    de  todos  los juicios, la   conquista, la república, han   sido   hechos   históricos     y como   tal  existen.  "En cuatro siglos se ha formado  una  realidad nueva.  La  han creado los  aluviones de  Occidente",   sostiene Mariátegui ( Peruanicemos   el  Perú).

Contraviniendo    toda  teorización   apriorística,    El Reino   de  Este Mundo    está    acompañado     por   los    tambores    del   ritual    iniciático del    Vudú,   donde   el  trueno   anima   los  gritos   de   los   posesos.   Se enfrentan    dos   mundos:     occidente,   que   necesariamente    originará una  simbiosis  cultural,    según  el leguaje   antropológico;    y  lo  telúrico, lo  propiamente    africano;   aquí   los  reyes  son  guerreros,    cazadores, jueces  y  sacerdotes,    diferentes   a  los  reyes  europeos    "que  se  hacen regañar   por  un  fraile".

En  el  "Gran Allá" había príncipes duros, eran leopardos y hablaban  con los  árboles; ésta   es   la  existencia   de  los  símbolos que  permiten  al hombre   entrar   en  contacto con   el  tótem   de    su lugar.  

Mackandal     se emparenta    con  esos   héroes   míticos   y  religiosos. Al    igual    que  Dionisio,     Cristo o  Túpac Amaru, son  sacrificados para   proseguir   en  el   miro  una  obra   diferente.  Los   numerosos   actos  mágicos    demuestran     los  poderes   del  mago para  someter a  la   naturaleza     a  su   voluntad.  La  metamorfosis que también   es  la   constante   en  toda   fantasía,  es   una  preocupación     en el  creador    de  amplios   recursos  anecdóticos;    recuérdese   El Asno de Oro  de  Apuleyo,    Lucio,   nombre   que  más   tarde   tomará   Cervantes para   bautizar   el   asno  de  Sancho;   Camino   a  Tesalia,  tierra de  la magia, es convertido   en  asno.

Mackandal se  metamorfosea    en  iguana   verde,   mariposa   nocturna;   pero  estos   trabajos  de  superación de  sí  mismo   en  el mundo   de la   magia     preparan  el  camino   a  la  gran   rebelión   y  confirman el poder de voluntad como única pasión.   De  estas afirmaciones no estuvo muy   alejado el filósofo Schopenhauer al sostener la voluntad como el desplazamiento de  una   conciencia  con  proyectos que  solamente serán   posibles en la realidad; Wagner o Nietzsche, que  heredaron   este  mensaje,   y tantos   otros, hemos  llegado   a  comprender que a  toda obsesión  que  sobrepasa    la  ética "normal"  sub- yace  un   hombre   de  pasiones  universales.

La búsqueda   de  lo  irreal  como  hecho  mítico   da  continuidad    a un   movimiento    que   desde   las   sombras   dirige   Mackandal,     es  el nivel  propiamente    fantástico   y a  la  vez  político,   en  el  sentido   de subversión,    de  la  literatura,   por  eso  no  es  una  extravagancia     sostener   que  en  la  novela   de  este  continente    "del    diablo"   lo  que  se expresa   con   más   intensidad    es  el    deseo   de   vivir en   constante replanteamientos  de  lo   ficticio.  Los  devotos   piden    al   curandero remedio para  sus  males   inmediatos;  no  tendría sentido hacer rogativas   a divinidades   que  no  postergan ilusionadamente estos  males de  la  existencia; así  el  engaño   asume  el   encanto  de  ser  quimérico.

La metamorfosis de Mackandal simboliza,   según  la antropología, el  grado más alto  de  dominio   que   alcanza   el   brujo.    La  Biblia está   llena  de magos   y hechiceros    encubiertos    que  celebran  profecías, semejante panorama nos presenta la mitología egipcia o  griega; responde  a esa conciencia colectiva   de todo pueblo  y a la  universidad de los símbolos.

En la estructura   de la novela,   narrada  como  cuento,  se anuncian dos planos:    Ti Noel,   realidad-testimonio;    Mackandal,    lo  telúrico,   la otra   historia,  la  oculta,   los  proyectos   de  la  ficción.
Será  maravillosa    la   historia   de  todo  pueblo   en  su  lucha   por emanciparse    y  construirá    numerosas  leyendas que prolonguen  la vida del  héroe, así   la  cosmovisión   popular   aunque   carezca  de  los excesos  de  la  teorización     logra   mejores   posibilidades   de  ser emocionalmente   real.

Al   lenguaje    mítico     de   ultratumba     sucede   no   sólo   el   afán de venganza   sino   también   su  plano    sobrehumano   que  deja   cumplir las   aspiraciones    de  roda   alma    emocionada.    Profundizando     en   la procedencia     de  la   justicia      sabemos   que   es   la   venganza    antigua, así   lo   registran    los   libros   sagrados.     El  Código de  Amurabi  o La Ley de las  Doce Tablas,   el   ojo  por  ojo,   diente   por  diente   del Antiguo  Testamento son  muestrarios     de  la  justicia    como   castigo para   no  hablar   de  los  reglamentos     espartanos,   severas   normas   en "defensa   de  la  colectividad"     que  en  nada  sobrepasan    las   torturas permitidas   en  las  cárceles    modernas   o  la   ley de  la  Guillotina,     aún vigente    en    Francia,      o   la    del   Garrote    practicable     todavía     en Inglaterra.

La  venganza   o  justicia    acompañan    siempre   a  roda   literatura que,  al  menos,  intente   mostrar   una  disociación    de  mundos,   Dostoyevski    es  un  ejemplo    más   preciso,     también    lo  sería   el  Fausto.   Y no  es  nada   sorprendente     hallar    en  la   literatura     latinoamericana estos  componentes    jurídicos   que  hacen  de  suspense.

Todos   los  tiempos   se  concentran    en  El Reino  de Este Mundo, aparentemente    cronológico;     Ti  Noel   lleva  el   tiempo   de  las  causas justas,    él   es  la   única    medida    del    tiempo,    y   de   la   leyenda,   y trasmite   estos   hechos   majestuosos,     de  héroes,   a  sus  descendientes, ya sea  mediante   el  canto  o  el  cuento,   propio   de  los  aedas,   quienes agrandaban    la  historia   con  la  ficción  y mediante   el  sueño  revivían tiempos  de  los  cuales  no  se  tenía   documento   escrito.

No   se   concibe    la   existencia     de  una   comunidad    sin    mitos   ni leyendas,   estos   se  expresarán     en   sus    representaciones     populares más   íntimas:    danza,   música,   cerámica,    etc.  El   mundo   de  la  metamorfosis   por  las  cuales  atraviesa   Mackandal,    el   mandinga,    es  la proyección    de  la  voluntad   de  negar  que  vive  en  codo pueblo   como fuerte   tendencia     a  lo   extraordinario,     pero   esto  es  una   faceta   de lo  maravilloso    y  en  la   realidad   tiene   categoría    de  imposible,    sin embargo   toda  realidad   ha  de  crecer  con  lo  ficticio   y hasta  a  veces con  la  quimera,    que  es el  otro  lado   del  delirio,  para  no  ser  monótona   y  no  tener   la   apariencia     de  inmovilidad.

Estas   voces  que   se   alzan     en    las   sombras    son    parres    del conjuro   negro  de los  dioses  Yoruba;   "Ogún   de los  hierros,  Ogún   el guerrero,   Ogún    de  las  fraguas... ";   Ti   Noel,   que  mediante    sus embrujos    hablaba    con   las    cosas  inermes     y  hasta   con   su   propia sombra,    en   el   plano    real   comenta    la   existencia    de  estos    dioses rebeldes   que   le  producen    inestabilidad       al    hombre.    No   en   vano se  hacen  los   rituales,   se  trata   de  conmover   a  los  dioses  que  viven en   el   Gran    Allá,    que   es   la   otra   versión     del    yo-multitud     del hombre.

Monsieur    Lenormand    de  Mezy,    que   ha  perdido   la   tierra   y  a sus   dioses, es el   testimonio     de  la   colonización,  a esa  fase  le  sucede la   república,    el    mulato    que   asume   poderes    que   Mackandal     no previó;    el  látigo   pasará    a  manos   del   nativo,    ya corroído   y naturalizado   en  su  mundo,    juzga  en  nombre   de  leyes  que  se  dictaron   a 15   mil  kilómetros   de  distancia;   según   el  lenguaje   del   sádico  Jean Genet    (afirma   con  risa  en  Severas Vigilancias): el   negro   asumía el  color   del   blanco   para    provocar   un  daño  más  afectivo.

Y  lo  que  antaño   fue  rebeldía   y manumisión    ha  de  reproducir esquemas  propiamente   de colonización    hasta  que  la  memoria   mítica del  grupo,   que  suele  ser  subversiva,    recupere   sus   ritos  y  creencias en  otras  ilusiones     que  la   acerquen   más   al  Reino  de Este Mundo.



Cuadernos  Americanos (México DF, Nro. 6, nov-dic 1982, año XLI, págs. 140-148)



* José Manuel Gutiérrez-Souza: 
Nacido en el distrito el Cardo, provicia de Camaná, departamento de Arequipa (Perú) el 14 de enero de 1948. Su hermano Enrique fue alcalde de Camaná en 4 periodos (1981-83, 1984-86, 1996-98 y 1999-2002). Estudió primaria en su pueblo natal y secundaria en la Gran Unidad Escolar Melitón Carbajal de la ciudad de Lima. Retornó a Arequipa para estudiar en la Universidad Nacional de San Agustín.  Muy joven empieza a buscar nuevos horizontes para sus inquitudes literarias (fines de los 70s): primero viajó a México DF, posteriormente a Canadá, donde estudió en la British University de Vancouver. De ahí se desplaza a Inglaterra y posteriormente a Francia.  En tierras galas estudia Filosofía y Literatura en la  Escuela de Altos Estudios de la Soborna, obteniendo el grado de doctor con su tesis “Sociología de las Religiones del Mundo”.
De su vasta producción literaria se puede destacar: “Los perros mueren en Cuba”, “Cantos de amor a la tierra”, “Jesús el Dios de los hombres”, “Así me lo dijo Arturo”, esta última obra fue ganadora en abril de 1978 de la 13va edición del premio “Vicente Blasco Ibáñez”.  Tiene además, obra inédota, como las novelas: “Antología del cielo verde” y “Shiara”.
El alcalde de Camamá Alberto Murillo Motta (1972–1978) le confirió el Diploma de Honor de la ciudad.  Actualmente radica en Madrid, España



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